En todos los campos durante las últimas décadas vemos un fenomenal avance en la producción de bienes que -es indudable- nos ayudan o contribuyen a mejorar el denominado standard de vida.
Una simple observación de nuestra realidad cotidiana, nos proporciona claros ejemplos. De unos pocos productos primarios que consumían nuestros abuelos, hoy vemos las góndolas de supermercados atestadas de cantidades y variedades de oferta.
Se multiplican los aparatos electrónicos, electrodomésticos
y sus accesorios; del jabón blanco de lavar desde ropa a va
jilla hemos llegado a toda una batería de productos selectivos
de limpieza; proliferan los locales de comidas rápidas; la
invasión y popularización del plástico pone a nuestro alcance
infinidad de juguetes, embalajes y artefactos; los kioscos
ofrecen un muestrario que parece interminable de chocolates y
golosinas y la informática abre una novísima gama de opciones.
Podríamos hacer un extenso listado de nuevos productos o
variedades novedosas de los que ya existían en el pasado y
entonces debiéramos preguntarnos ¿ qué hacemos con lo que
sobra?
Todos esos residuos -latas, cartones, bandejas, envases, papeles,
aluminio, etc- es lo que denominamos genéricamente como
"basura", cuyo destino natural es lógicamente el
basurero.
Pero ¿qué pasa con esa basura? Ese es el gran problema de la mayoría de las administraciones comunales y provinciales, al que -salvo algunas elogiables excepciones- no se le encontró una adecuada solución.
Todos nos indignaríamos si se admitiese la habilitación de un basurero nuclear en Gastre (Chubut) para depósito de los desechos radiactivos de países de alto desarrollo. Todos nos indignamos cada vez que los medios de comunicación alertan que se envían a Latinoamérica residuos que los países productores quieren sacarse de encima.
De igual modo, todos debiéramos indignarnos cuando los residuos domiciliarios son depositados en algún descampado a cielo abierto; cuando sin ningún tratamiento ni selección se los entierra o cuando esos residuos comienzan a viajar clandestinamente de una jurisdicción a otra.
Cada uno de nosotros puede hacer alao -y esto ya es mucho- para no agravar el problema de la basura, pero básicamente la acción del conjunto social debe orientarse hacia la demanda a los administraciones para que arbitren efectivos medios de recolección, selección y deposición de los residuos.
No es ningún planteo utópico o futurista. Existen métodos y tecnologías científicamente comprobadas que posibilitan darle un adecuado destino a los residuos, incluyendo su aprovechamiento mediante procesos de reciclado.
¿Dónde los ponemos?
La industria alimentaria nos ofrece una enorme gama de productos enlatados que nos facilitan la preparación de comidas. Claro que la lata va a parar a la basura y de allí a un basurero en donde permanece por años ¿Cuántos? Se calcula que durante 500 años seguirá siendo un residuo sólido Las latas - tanto de aluminio como las de hojalata- demandan un costo ambiental en su producción, pero tienen la ventaja que su reciclado produce un enorme ahorro de energía.
En los Estados Unidos en 1988 se reciclaron 42.500 millones de latas de aluminio, con un ahorro enerqético de 11.000 millones de kilovatios/hora que resultarían suficientes para iluminar todos los hogares de Nueva York durante seis meses.
Es que la producción de envases de aluminio a partir del reciclado de otros requiere un 90 % menos de energía y esto implica como rédito adicional, que todo el proceso disminuye en un 95 % en sus efectos de contaminación ambiental.
Nuestro problema radica en que no tenemos acceso a servicios de recolección selectiva de residuos domiciliarios y por eso seguimos tirandó las latas al basurero.
La organización comunitaria de pequeños circuitos de recolección selectiva tropieza con el inconveniente que no siempre se encuentra a quién transferir el material acumulado. Dado que en la mayoría de los casos son las administraciones comunales las encargadas de la recolección -en forma directa o a través de empresas contratadas o concesionarias- es allí donde debe centrarse la mira del conjunto social para encontrarle solución al viejo problema de lo que va a la basura y podría ser reciclado.
Mediante la implementación de días especiales de recolección, el servicio comunal puede acumular grandes cantidades de vidrios o latas y tratar directamente con fabricantes de en vases para la reutilización de esos elementos, impidiendo que vayan a parar a algún basural por cinco siglos.
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